jueves, 10 de diciembre de 2015

Heroínas: Mujeres del Centro de Bordados de Cuenca (Ecuador)...











FUENTE DE INFORMACIÓN

http://heroinas.blogspot.com.es/2015/12/mujeres-del-centro-de-bordados-de.html
Heroínas: Mujeres del Centro de Bordados de Cuenca (Ecuador)...: Doscientas manos de mujeres plasman con sus hilos de colores historias, emociones, paisajes  y ritos de su tierra permitiéndonos llevar... 

















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La lista de mujeres que cambiaron la historia de Cuenca es extensa

Fuente de información
http://www.telegrafo.com.ec/regionales/regional-sur/item/la-lista-de-mujeres-que-cambiaron-la-historia-de-cuenca-es-extensa.html

Mari López, viuda, carga difícilmente con los pocos bártulos que puede llevar en el largo viaje hacia la ciudad en la que, por fin, podrá avecindarse. Será así la primera mujer de cuyo nombre tenemos noticias en Cuenca, inaugurando una larga historia de esfuerzo y participación femenina en la sociedad local. Más tarde se recordarán otros nombres, a veces por razones trágicas, en otras por su esfuerzo y significación, frecuentemente por su trabajo y oportunas decisiones en la vida de la comarca.
En nuestros artículos publicados domingo a domingo en EL TELÉGRAFO, hemos hablado del destino fatal de Manuela Quezada, atrapada entre las intrigas amorosas y la tensión social que se tradujo en la muerte de Jean Seniergues, provocada por las heridas que se le infligieron en la improvisada plaza de toros de San Sebastián en el lejano 1739 y cuya huella se pierde en seguida a pesar de su aparición fulgurante y desolada.
¿Qué habrá sido de Manuela?
Lo que sí sabemos es que esta mujer cuencana no sería la única en enfrentar los convencionalismos sociales y la rigidez de un medio que, posiblemente, la ahogaba, para asumir riesgos que no pudo controlar y que cambiaron su vida para siempre. La participación de la mujer en la vida colonial posibilitó el desarrollo de una sociedad que en su mestizaje se nutrió en gran medida de mujeres a las que se les reconoció un nombre o que en forma callada, mas no intrascendente, labraron la tierra en la que crecían el maíz, la papa y el trigo, elaboraron productos que se enviaban hasta Lima, como las alfombras reputadas con gran fama, las conservas y cajas de dulces, los bordados y tocuyos que viajaban junto con los centenares de cabezas de ganado rumbo al sur y, fundamentalmente, sentaron las bases de una nueva sociedad.
Mujeres en la República
Otra mujer apasionada, otra Manuela, que ha sido llamada ‘la Libertadora del Libertador’ es recordada, frecuentemente, solo en su faceta de amante de Bolívar, pocas personas se han acercado a sus otros rostros, también de pasión, pero esta vez por la lucha en contra de la presencia dominante de la administración española. Su carácter independiente —capaz de enfrentar los convencionalismos de una sociedad cerrada— le llevará a huir de un matrimonio por conveniencia para, a caballo, recorrer los chaquiñanes de los Andes y participar desde adentro en la tragedia de la guerra, que se trasluce apenas en las cartas cruzadas con Bolívar —muchas consideradas apócrifas— a veces directamente utilizadas para resaltar una sola faceta de su vida. Cuando la petaca con sus pocos bienes es quemada tras su muerte, poco quedará para que otra mujer, otra luchadora, pueda recuperar su memoria. Años más tarde Nela Martínez, símbolo de la lucha social solo puede depositar unas flores en una tumba común en el cementerio de Paita que recoge anónimamente las víctimas de la peste.
Pero en ese siglo XIX, cuando se producen los movimientos de Independencia, solo ha sido común recoger los nombres de los héroes, pero no de las viudas, de las madres de muertos en combate, de las hermanas o de las novias cuyo amado se perdió en Quito, en Junín o Ayacucho, o en la batalla de Verdeloma, esfuerzo suicida para desviar las tropas españolas que marchaban hacia Guayaquil.
Esas mujeres son las que educaron a niños huérfanos, las que reconstruyen la economía local, las que en el mercado venden los pocos productos de la chacra o tejen los sombreros de toquilla o acompañan a los hombres a desguazar los bosques de quina, pero también las que echan ají en los ojos de los soldados alfaristas que han invadido Cuenca a sangre y fuego, para librar a sus hombres de los disparos de los cañones y los fusiles de combate.
El siglo XIX, en que se construye lentamente una sociedad con nuevas pretensiones políticas, verá surgir en Cuenca, quizá por vez primera, una generación que cambia la ciudad, que dota a la sociedad de una identidad asociada con la cultura y la política, que emprende una transformación urbana de escala inimaginable sustituyendo casi cada casa y cada iglesia por nuevas edificaciones, un grupo de hombres y mujeres que creen en la idea de progreso. De allí unas pocas mujeres se dedicarán a la poesía y al arte, a la literatura y la educación o asumirán empleos antes vedados.
Deudas pendientes
Pero en Cuenca y su región, otras miles continúan con su lucha por el agua, por la sal, por la tierra, por la dignidad, por defender a sus hombres de las injusticias de un poder centralizado que poco a poco pretende intervenir en cada rincón de la vida campesina y urbana.
El inicio del siglo XX será el tiempo de las primeras maestras públicas, como Dolores J. Torres, quién al recorrer las calles de Cuenca recibió por igual muestras de apoyo y de desprecio, pero que educó a niños y niñas y a generaciones de otras maestras que, como ella, dedicarían su esfuerzo, muchas veces no reconocido, a la educación laica. Pero también está la historia de Dolores Veintimilla de Galindo, acogida con entusiasmo por escritores cuencanos, pero víctima de una relación desgraciada y de las presiones de una sociedad injusta.
El trabajo intelectual de la mujer ha sido, así, visto muchas veces con sospecha, porque no se somete a los dictados de la costumbre, porque piensa por sí misma, y eso le genera enemigos y envidias en la prensa, en la calle, en los corrillos o en las redes sociales. Debe recordarse a las mujeres, a las campesinas e indígenas, muchas veces abandonadas a su suerte pero que han desarrollado un trabajo tesonero por el reconocimiento de sus derechos y la necesidad de crear espacios propios para la educación y la conciencia. Dolores Cacuango, por ejemplo es una mujer de esta tierra porque luchó por las mujeres y sus derechos permanentemente negados.

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