domingo, 15 de enero de 2017

Las modistas de toda la vida

Las modistas de toda la vida



 Algunas de estas mujeres son historia viva de la moda española; otras la siguen escribiendo, puntada a puntada, en la sombra.

Este articulo lo encuentro muy interesante y es bastante mas largo en el enlace que dejo abajo.





Modistos


La modista de siempre no ha muerto, se ha reconvertido. Es difícil de encontrar, damos fe, pero sigue ahí, donde ha estado siempre, cosiendo en la sombra. «Nadie tiene tiempo ya para hacerse la ropa», explica Lola Gavarrón, autora de La gran dama de la moda (La esfera de los libros). Concha Herranz, conservadora jefe del Museo del Traje, lo confirma: «No tenemos paciencia para elegir las telas o probar los vestidos». Al menos, no en nuestra vida diaria, marcada por las prisas y la facilidad de acceso al prêt à porter y las cadenas de ropa low cost. ¿Dónde se oculta entonces la modista? Para encontrarla hay que visitar los atelieres que se afanan en crear los ropajes del día D de la española media: «La boda es el reducto de la costura a medida». Lo dice Lorenzo Caprile, eminencia del vestido de novia, y lo sentencia la realidad: casi todos los talleres de ropa hecha a mano de este país se dedican a las ceremonias. «Y mientras en España se mantenga la costumbre de tirar la casa por la ventana en estos eventos, seguiremos existiendo», explica Caprile. Lo que no tiene claro es hasta cuándo. «En otros países ya se ha perdido», sentencia.
«La vida social ha cambiado y hay muchas menos situaciones importantes en las que vestirse», explica Lola Gavarrón. Teresa Blasco, que controla todos los aspectos de producción de las colecciones de su hija, la diseñadora Teresa Helbig, recuerda: «En los 50 y 60, cuando trabajaba en Modas Plà, la gente adinerada tenía muchas ocasiones para arreglarse; al Liceo se iba de largo. Las mujeres renovaban totalmente el armario cada temporada y se encargaba mucho». Se realizaban y guardaban maniquíes con las medidas exactas de las clientas más importantes, sobre los que se trabajaba, de modo que no era necesario que estas se trasladaran para todas las pruebas. La denominada piel de ángel –un raso muy fino–, la muselina, las organzas, el organdí, la pura lana –fantástica para la sastrería– eran tejidos habituales. «Ahora ya viene el patrón cortado a centímetro. Entonces, dejabas una costura, pasabas los puntos flojos, después abrías la costura y cortabas. El doble pespunte en la manga; embeber para hacer la hombrera perfecta. Todo eso ya no se hace», cuenta Teresa.
Así que lo que también parece en vías de extinción es el oficio. Al menos con el nivel de detalle y minuciosidad con el que se trabajaba hace 30 o 40 años. «Ahora todo el mundo quiere diseñar, pero casi nadie quiere coser», dice Pilar Barreiro, de Oh Qué luna. Con ella coincide María de Cabo, de La Tua Pelle Costura: «La artesanía parece una pérdida de tiempo y eso es un error». A una y a otra les cuesta encontrar modistas buenas que sean menores de 50 años. Precisamente por eso Lola Piña decidió montar el taller escuela Al dedal. «Queríamos recuperar a esas profesiionales y retomar la esencia de la profesión». Pero, además, Al dedal es original porque va más allá de la boda: está al servicio de la moda española. Lola, que lleva toda la vida en el sector –trabajó en Sybilla durante 12 años y ahora es directora de producción de Dolores Promesas a través de Al dedal–, vio claro que la industria tenía una necesidad de apoyo. «Los diseñadores viven picos de trabajo que a veces no pueden cubrir con sus talleres. Nosotros los ayudamos». También montan colecciones completas para creadores que no cuentan con su propio equipo de modistas. Y les va bien.
Pero si es difícil encontrar profesionales preparadas, lo es más dar con clientas que entiendan. «Se ha perdido el valor de la costura», comenta Pilar Barreiro. «Ya nadie sabe distinguir si el trabajo está bien o mal hecho», afirma. La queja es unánime en todo el sector, del taller más exclusivo al más modesto. Las causas las explica Concha Herranz: «La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos 40 años. Las que nacieron en los 60 ya no han aprendido a coser. La costura como asignatura –la pretecnología– desapareció del currículo escolar en la década de los 80. Y desde los 90 es un habilidad que no ha sido necesaria en absoluto». La consecuencia directa es que, si no se sabe apreciar el trabajo, no se valora el resultado. «Esta profesión es dura y muy laboriosa. Requiere horas de trabajo, una concentración absoluta y produce muchas lesiones», explica María de Cabo. Cuando alguien que no entiende lo que tiene delante se atreve a criticarlo, a la modista le dan ganas, como poco, de cambiar de oficio. Y ni siquiera está bien pagado. Marina Gª Rocaberti, que ha cosido para la aristocracia española y la jet set europea que compraba en Dafnis, la legendaria boutique de María Rosa Salvador con la licencia para reproducir Yves Saint Laurent y Chanel, confiesa que ahora gana menos que antes. No se queja. Está a gusto y sigue trabajando en lo que ama.
Las mujeres han reinado sobre el hilo y la aguja desde el principio de los tiempos. Pero lo han hecho en la sombra, escondidas por padres y maridos en el interior doméstico. De la Penélope de Ulises, que teje por el día y desteje por la noche, a la lorquiana doña Rosita la soltera, que borda en su casa su vano ajuar. La paradoja es que el oficio como tal no lo pudieron ejercer las mujeres hasta bien entrado el siglo XVII. «En la Edad Media los sastres, organizados en gremios, cosían tanto para hombres como para mujeres, pero era un profesión que legalmente solo podían practicar ellos», explica Amalia Descalzo, experta en Indumentaria barroca y profesora de la Universidad de Alcalá de Henares. «Fueron las francesas las que lograron que Luis XIV reconociera en 1675 la existencia jurídica de la comunidad de maestras costureras», cuenta Descalzo. Gala es por tanto la génesis de la moda tal como la conocemos y también lo es la primera gran modista conocida de la historia: Rose Bertin, artífice de los fabulosos vestidos con los que la reina María Antonieta asombró al mundo. A España llegaron con Felipe V a principios del XVIII. «A finales del siglo ya había menciones en el Diario de Madrid a talleres de modistas regentados por ellas mismas», apunta Mercedes Pasalodos, especialista en Moda histórica. «Y si en 1867 había censados 56 negocios con titularidad femenina, en 1887 llegaron a los 266. Todo un boom», añade. Así, la sastrería (dedicada al vestir masculino) queda en manos de hombres y la modistería (la confección de la ropa femenina) se convierte en cosa de mujeres. Y también en una de las vías más interesantes de independencia económica. Modistas en el XIX las hubo de todas clases y condiciones, igual que clientas. «La mayoría de la población se vestía de forma miserable, con prendas que duraban décadas e incluso generaciones; ropas reteñidas, recosidas, remendadas… La modista «modeladora-cortadora» que trabaja de continuo sería una rareza. Salvo en Madrid y para un grupo muy reducido de señoras», apunta Pablo Pena, profesor del Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid (CSDMM) y autor de La moda en el Romanticismo. Para estas mujeres pudientes había talleres y casas de costura cuyas propietarias tenían nombres afrancesados, como Madame Petibon y Madame Honorine. En el XX la modista adquiere maestría y la moda, dignidad creativa: Balenciaga, Asunción Bastida, Flora Villarreal, en Madrid, y Pertegaz, Santa Eulalia y El Dique Flotante, en Barcelona, hicieron alta costura y mantuvieron vivo el oficio.
Pero la modista de hoy tiene otros refugios, como las tiendas de arreglos. Un negocio difícil que ha vivido una época de esplendor en los años previos a que estallara la crisis. «Ahora la gente quiere que le enseñen a hacerlo en casa», apunta Concha Herranz. «Pero creo que se trata de una moda pasajera. Si no, en lugar de pegar el dobladillo, aprenderían a coserlo».
Modistas de toda la vida
Podéis seguir el articulo en la dirección de abajo
Fuente de información:
http://smoda.elpais.com/moda/las-modistas-de-toda-la-vida/




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